El pasado viernes, mientras saboreaba un cous cous alucinante, me di cuenta de algo.
—Yo consumía mogollón —me decía la anfitriona—, pero me dio un infarto y lo dejé sin ayuda.
Mis alarmas se dispararon, soy muy escéptico respecto a dejar una droga sin ayuda. Sé que hay casos aislados (yo solo conozco uno entre cientos, el del autor de Vinagre), pero por lo general se necesita acompañamiento.
—Enseguida empecé a disfrutar de cosas que no disfrutaba —seguía contando mi amiga.
—¿De qué tipo de cosas? —pregunté yo.
—De aprovechar la mañana, de no tener resaca, de hacer actividades que había dejado, de disfrutar de una puesta de sol…
¡Exacto!
¿Sabes cuánto tiempo tardé yo en disfrutar de esas cosas?
Más de 18 meses.
18 meses levantándome de la cama con ganas de morirme, sintiendo una ansiedad, angustia y tristeza que no se la deseo ni al mayor tirano de la historia. Con obsesiones y pensamientos que me decían una y otra vez que aquello no valía la pena, que yo era un fraude, un flojo, un desgraciado al que todo su entorno detestaba. Que no servía para nada, ni siquiera para limpiar la mierda del aviario en el que trabajaba (me echaron a los veinte días).
¿Quién aguanta 18 meses en ese estado? ¿Quién es el valiente que no recae o no se tira a la vía del tren si no hay nadie que le ayude?
—Precisamente eso indica que tú no eras adicta —le contesté—. Dejaste de tomar y en poco tiempo lograste disfrutar de las pequeñas cosas. Un adicto tarda muchísimo más.
Un adicto piensa durante mucho tiempo que su vida era mejor con la droga.
Y no miente.
Su sistema nervioso está tan deteriorado que es incapaz de segregar las hormonas y neurotransmisores que nos proporcionan esas buenas sensaciones. No logra alcanzar los estados que hacen que una persona sienta motivación, que pueda disfrutar de una taza de café a la mañana, de leer un buen libro o ver una serie, de pasear por la playa, de cogerle la mano a su hijo o a su pareja, de abrazar a su abuela.
La explicación biológica de por qué un adicto como yo tiende a la recaída, es tan sencilla que resulta inaudito que el común de los mortales todavía no la conozca.
Cuánto íbamos a ahorrarnos si supiéramos qué ocurre en nuestro cerebro mientras consumimos y qué ocurre cuando dejamos de consumir.
Si te interesa saberlo, aquí te dejo el libro ¡J*dida adicción!, donde lo explica clarísimo y con algo de humor (que en estos casos no viene nada mal).
Un abrazo,
Oihan
PD: Es el libro que más se ha vendido y que más comentarios ha recibido (imagino que el hecho de que sea corto ayuda).